Mi abuela come lobos: en matambre, en sándwich,
en guisos, en sopas, en tortillas, en tartas, en brochettes, en escabeche, en
conservas. Yo soy su cómplice en las cacerías, pero ya me estoy empezando a
aburrir. El otro día me encariñé con un lobito. Me di cuenta de que no me
hubiera hecho nada malo; simplemente me siguió porque se sentía solo. Mi abuela
es una desalmada. Me arma el cesto con una tranquilidad que me exaspera, como
si fuera mi obligación, hasta la eternidad, ayudarla a conseguir sus –vamos a
llamarlos así- refrigerios. Además cada día está más insaciable. Al principio esperaba
a cocinarlos para hincarles el diente. Ahora no aguanta y se toma un poco de
sangre en una copa, y recién ahí junta fuerzas para cocinarlos, marinarlos o
especiarlos. Estoy en el extremo más alejado de la cocina y aún siento el olor
de las entrañas cocidas del pobre animal. Menú de hoy: lomo de lobo.
2.12.13
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
| Top ↑ |
0 comentarios:
Publicar un comentario