Probablemente nunca la encuentren. La niña de boca roja atravesó el espejo sin que su madrastra pudiera salvarla. Ni bien ocurrió la desgracia hasta la propia reina bruja se sorprendió: ya no tendría un motivo para estar enojada con el mundo, y lloró desconsoladamente. Ya no sentiría esos invasivos deseos de degollar a la niña como una gallina. Blancanieves, ahora convertida en esas criaturas que moran en los espejos, sólo se limitaba a ver lo que ocurría en la cámara real. La reina lloraba y lloraba, el rey se sorprendía porque nunca creyó que su hijita le inspirara tanto cariño a ese corazón por momentos inconmovible. Se había enamorado de ella por su hermosura obscena; no precisamente por su sensibilidad.
La pequeña princesa de labios rojos se desesperó al ver la tristeza del monarca. Desde su nuevo reino de nieve pensó en su madre y dedujo que tal vez ella también se había perdido en algún espejo de la bruja.
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