
Mi espejo ya no es lo que era, y después de que Blancanieves lo arrojó por la ventana tiene alucinaciones y ya no sé cuándo creerle. Ahora, por ejemplo, dice que soy una vieja resentida.
En un pastiche está todo permitido. En un pastiche imaginario, más aún. Aquí falta el límite de lo sólido, y se manipulan palabras, pensamientos, chauchas y palitos. Tenga cuidado con los bordes filosos de algún soldadito irreverente que pueda emigrar del caprichoso juego de dos infantes, y huya si se cruza con alguna bruja, que también, es ogro, que también es princesa y que además escribe.